Dríade. El milagro de Luvina

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Este libro refleja muy bien la forma de trabajar de Lorenzo. Comenzó con una idea: una sesión de fotos en un parque eólico con bailarines que reflejasen el movimiento de las aspas de estos molinos futuristas. Como siempre, Stella González Montero tuvo la respuesta: dos de sus alumnos, Claudia Hinojosa Nocete, con la que ya había trabajado en su libro Formidable Rivals, y Raúl Ruiz Triviño, un prometedor bailarín que fue toda una sorpresa. Debemos agradecerles que se prestaran a bailar en un terreno irregular donde podían haberse lesionado fácilmente. 

Nos reunimos un domingo en casa de Antonio Meléndez Berrocal, que en sus largos paseos por su pueblo natal encuentra localizaciones que encajan perfectamente en la visión que Lorenzo tiene del paisaje. Junto al limonero que tiene plantado en el patio de la entrada, Carla Hernández Ferrer empezó a maquillar a los modelos y quizás encontró la inspiración para convertir a Raúl en un hombre-árbol cubriendo su cuerpo con manchas verdes que reflejaban el reflejo de la hojarasca. Durante la sesión Stella estuvo pendiente en todo momento, cuidando de todos los aspectos técnicos relativos a la danza y a la seguridad de sus bailarines. Fue una tarde mágica y probablemente todo hubiera terminado ahí si Stella no hubiera elegido “Dríade” como nombre para la sesión. Una Dríade es una ninfa de los bosques cuya vida dura lo que la de un árbol a la que está unida. 

Pasaron varios días y Antonio nos contactó de nuevo, ofreciéndose a acompañarnos a un campo de viejos olivos quemados que muy poca gente conocía. Durante una tarde estuvimos subiendo y bajando monte, fotografiando las tortuosas formas de los árboles muertos. Aquella noche, mientras mirábamos las fotos, Lorenzo vio la conexión entre las siluetas sin vida de los árboles y las poses de los bailarines. Fue así como decidimos hacer un libro combinando ambas sesiones al que titulamos Dríade

Por aquella época tuve el honor de leer El jazz de los muertos, la última colección de relatos del escritor Panameño Pedro Crenes Castro, antes de ser publicados y una vez más quedé maravillada por su capacidad de hacer música con las palabras. Habíamos conocido a Pedro unos meses atrás en el Festival de Literatura Española de Copenhague y habíamos conectado gracias a Joseph Ponthus. Tras terminar Dríade tuve la osadía de pedirle que nos escribiera la introducción, pero Pedro nos hizo un gran regalo: escribió un relato inspirado por las fotografías del libro y por Juan Rulfo: Dríade, el milagro de Luvina. 

De este modo nuestro libro de fotografía se convirtió, gracias a la magia de Pedro, en un libro de literatura. Leyendo el relato nos vimos arrastrados por esa búsqueda del protagonista, cuyo rastreo se ve obstaculizado por la atracción de unas mujeres de belleza turbadora apenas entrevistas a través de unos velos. Y mientras comenzábamos a encajar imágenes y palabras, Lorenzo recordó una sesión que había llevado a cabo meses antes con nuestra amiga la diseñadora Lydia Martín Arranz, cuando estaba embarazada de pocos meses. En ella la envolvimos en plástico y, a medida que Lorenzo iba disparando, la modelo fue rompiendo la película transparente, como si se tratara de una metáfora del nacimiento. Mirando las fotos con nuevos ojos nos dimos cuenta que las imágenes reproducían perfectamente el desafío al que se enfrenta el protagonista de la historia creada por Pedro. 

Finalmente, el libro se convirtió en una pieza de jazz con distintos solistas: el baile de Claudia y Raúl, el maquillaje de Carla, el título de Stella, los paseos de Antonio, las palabras de Pedro y una Lydia envuelta en plástico, todas con el mismo leitmotiv al que siempre volvemos, la fotografía de Lorenzo. A todos agradecemos su contribución, junto con Guillermo Camacho, nuestro editor, siempre entre cajas, comprendiendo y fomentando la creatividad.